El corazón no lleva mascarilla

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Llegan los ansiados reencuentros. Poco a poco volvemos a arrimarnos, pero siempre con la mascarilla puesta. Nuestros mayores nos esperan con la paella en la mesa y las lágrimas en los ojos deseando abandonarse en ese abrazo que no debemos darnos.

Cada día, las calles ceden un poquito más de espacio a los auténticos deportistas, mientras que la inmensa mayoría de mortales vuelve al terraceo, poniendo a cada uno en su lugar.

Conforme se dan los últimos coletazos del confinamiento hermético, nos vamos abriendo con incertidumbre a otro tipo de encierro. Volveremos a socializar, porque nunca hemos dejado de hacerlo (entre pantallas y balcones), pero sin duda lo haremos de una forma diferente. La mascarilla y la distancia social siguen protegiéndonos del resto. Y aislándonos.

¿Hará esto que una parte de nosotros, esa que queda dentro de la tela de la mascarilla, esté también menos expuesta a las emociones? ¿Logrará la distancia social arrancarnos con el tiempo los dos besos y los abrazos apretados típicos de nuestra cultura mediterránea?

¿Cambio permanente o enajenación transitoria?
Se ha hablado de un antes y un después en nuestra manera de entender el mundo post COVID-19. Hay quienes dicen que en cuanto se abra del todo la veda volveremos a consumir de una forma tan osada como veníamos haciéndolo hasta ahora.

Otros, piensan que ya nada será igual; que la conciencia universal nos está orientando hacia el aire puro, la vida en familia, lo esencial y el autocuidado… Y que eso atenta contra del consumo, que es al final con lo que nos ganamos el pan, directa o indirectamente, la gran mayoría de nosotros.

En realidad, nadie tiene ni idea de lo que va a pasar. Nadie sabe si esto es un mero estado temporal, o si por el contrario el fuerte toque de atención del Planeta ha venido para quedarse.

Sea por convicción, por cautela, o por salud pública, lo que está claro es que esta era post confinamiento trae consigo una nueva economía. Una forma de consumo en la que el cuerpo va a jugar un rol muy diferente al que estábamos acostumbrados. Dicen que cuando uno de los sentidos se pierde, el resto se desarrolla con más intensidad. Quizás aquí tenemos una clave sobre el nuevo enfoque del marketing experiencial.

Volvamos al interior.
Todo lo que nos pasa en la vida como individuos tiene que ver con la interpretación que hacemos a través de nuestros sentidos. Vemos, olemos, escuchamos, saboreamos y tocamos cuanto nos rodea. Y todo ello nos da información del mundo.

Así creamos nuestra propia realidad, nuestra propia experiencia. Con lo que, si el tacto se ve mermado, ¿qué información nos devolverán el resto de sentidos? ¿Qué realidad construiremos sintiendo que hay una amenaza que nos acecha al otro lado de nuestra propia piel?

Las marcas, en este momento tan sensible, necesitan reconstruirse a sí mismas con nuevos mensajes que conecten con esta nueva percepción. Y cada una, desde su lugar, por qué no, poner su granito de arena para que el mundo vuelva a girar con tranquilidad. Y las personas encuentren esa seguridad perdida. Aportando valor, generando discursos más allá del propio beneficio, dándole voz a su parte más consciente.

El corazón es el único que puede saltarse la distancia social.
Las marcas que se atrevan a tocarlo, a conquistarlo, serán aquellas que en sus discursos logren generar valor, y de alguna manera, enriquezcan la vida de los demás.

Nueva vida a la creatividad.

Señores anunciantes, levántense de sus asientos. Sálganse de lo común. Atrévanse a reinventarse, como nos estamos reinventando todos en lo personal. Al final, va de eso. Conquistar el alma, de llegar a la humanidad que hay detrás de cada mascarilla. Entrar, como un huracán por sus pulmones, sus ojos, su aliento, su oído y su pecho; de entrar y aportar, porque este es el momento de sumar.

Con el máximo respeto… pero directos al corazón.

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